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Nicaragua en clave regional: abrir la ruta del desarrollo frente a la corrupción, el crimen y la erosión democrática

Enrique Martínez, de Avanza Nicaragua, analiza cómo el país puede abrir una nueva ruta de desarrollo frente a la corrupción, el crimen organizado y la erosión democrática. Propone un modelo regional basado en la competencia, la transparencia y la cooperación centroamericana para reconstruir instituciones y devolver prosperidad a los ciudadanos

Octubre 22, 2025 10:15 AM
Nicaragua en clave regional: abrir la ruta del desarrollo frente a la corrupción, el crimen y la erosión democrática
Nicaragua en clave regional: abrir la ruta del desarrollo frente a la corrupción, el crimen y la erosión democrática
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Enrique Martínez/Avanza

Nicaragua es hoy un espejo incómodo de lo que ocurre cuando el poder se divorcia de la ley, cuando la economía se administra desde cúpulas cerradas y cuando la seguridad pública se negocia con los peores intereses. Pero también es un punto de partida para pensar en grande: cómo recuperar instituciones, seguridad y prosperidad en un marco centroamericano y latinoamericano que comparte desafíos comunes.

La batalla por la democracia ya no se libra solo en urnas y tribunales; se libra también contra la corrupción que vacía presupuestos, contra el crimen organizado que captura territorios y conciencias, y contra las redes del narcotráfico que distorsionan economías locales. Nicaragua no está aislada: es el termómetro regional donde el deterioro democrático se disfraza de estabilidad y donde la pobreza se usa como herramienta de control político.

El DR-CAFTA traicionado

Cuando Nicaragua firmó el DR-CAFTA, se prometió integración, competitividad y desarrollo. Pero dos décadas después, ese acuerdo que debía impulsar la libertad económica y la modernización productiva fue secuestrado por un sistema político que convirtió la apertura comercial en privilegio para unos pocos. El problema no fue el libre comercio, sino su administración desde un modelo corrupto, cerrado y autoritario.

Mientras países vecinos aprovecharon el tratado para fortalecer su tejido empresarial y atraer inversión, en Nicaragua se reprimió al emprendedor, se expulsó al talento y se destruyó el sistema educativo que debía sostener la productividad nacional. El resultado: una economía subordinada, sin competencia real, donde las oportunidades se otorgan por lealtad, no por mérito.

El régimen que controla Nicaragua entrega los recursos del país a cambio de migajas, negocia con intereses extranjeros y vende soberanía a cambio de supervivencia política. Las universidades han sido confiscadas, los jóvenes exiliados, y la libertad religiosa suprimida. La represión no solo se ejerce con cárceles, sino también con la censura del pensamiento, la manipulación ideológica y la ruina de la educación.

La triple amenaza: corrupción, crimen y narcoterror

La corrupción en Nicaragua y en buena parte de la región no es un simple acto inmoral: es un impuesto oculto que pagan los más pobres. Drena hospitales, escuelas y carreteras; encarece los trámites; desincentiva la inversión y consolida una cultura del miedo.

A su lado, el crimen organizado prospera donde el Estado colapsa. Compra lealtades a corto plazo, pero deja tras de sí extorsión, secuestro del territorio y vidas destruidas. Y el narcotráfico, cada vez más entrelazado con estructuras de poder, impone un orden paralelo: distorsiona economías, financia represión y normaliza la violencia.

Corrupción, crimen y narcoterror forman un triángulo perverso que erosiona las instituciones y la confianza social. En ese ecosistema, las leyes se negocian, la justicia se compra y la pobreza se hereda.

Del socialismo del siglo XXI a la república de ciudadanos

El llamado “socialismo del siglo XXI” prometió bienestar, pero cuando muta en autoritarismo y se fusiona con monopolios políticos y económicos destruye la base misma de la prosperidad: la libertad, el Estado de derecho y los mercados abiertos. En Nicaragua, los beneficios se concentran en élites que reparten licencias y subsidios según la lealtad al poder.

Las consecuencias son visibles: jóvenes sin empleo ni educación, madres que deben elegir entre alimentarse o trasladarse, emprendedores atrapados en trámites y mordidas.

No se trata solo de una tragedia nacional. Se trata de un patrón latinoamericano donde los proyectos hegemónicos, bajo retórica redentora, terminan cooptando tribunales, universidades, gremios y medios, vaciando la democracia de contenido.

Abrir la economía para abrir el futuro

La salida de esta espiral pasa por devolver oxígeno a la iniciativa privada y a la competencia. Permitir que más actores participen del mercado no es ideología, es sentido común. Donde hay competencia, los precios bajan, la corrupción pierde terreno y la creatividad florece.

Para ello, necesitamos cinco palancas prácticas:

  1. Competencia y desregulación inteligente: eliminar monopolios artificiales, simplificar licencias y digitalizar trámites.

  2. Compras públicas transparentes: subastas abiertas, trazables y basadas en mérito, no en contactos.

  3. Justicia y datos abiertos: publicar contratos y presupuestos, proteger la independencia judicial y sancionar la impunidad.

  4. Seguridad ciudadana con inteligencia: perseguir redes criminales desde lo financiero, con cooperación regional.

  5. Capital humano y productividad: formación dual, incentivos tecnológicos y crédito productivo a pymes y emprendedores.

Allí donde se abren los mercados, la corrupción retrocede. Donde hay libertad económica, también se fortalece la libertad política.

Nicaragua como nodo de una estrategia regional

Centroamérica es ruta natural del comercio… y de las drogas. Por eso, pensar regionalmente ya no es una opción, es una urgencia. Se necesita interoperabilidad policial, intercambio de inteligencia, controles patrimoniales coordinados y cooperación aduanera real.

Pero también hace falta una estrategia económica compartida: zonas francas regionales, homologación de normas y una política activa de nearshoring que atraiga inversión y repatríe talento. Si el crimen se coordina, la democracia y el mercado deben coordinarse mejor.

La diáspora nicaragüense es clave en esta ecuación: aporta remesas, redes, conocimiento y energía emprendedora. Reinsertarla como socia del desarrollo, no solo como remitente, implica crear vehículos de inversión, bonos municipales transparentes y programas de retorno temporal de talento.

Una esperanza con método

La región ya conoce el costo de los caudillos y de los atajos. La alternativa no es la resignación, sino el método: instituciones que funcionen, mercados abiertos con reglas, seguridad basada en inteligencia y una cultura cívica que premie el mérito y castigue la trampa.

No se trata de volver al pasado, sino de construir un futuro donde el éxito no dependa de la cercanía al poder, sino de la capacidad de trabajar, innovar y servir.
La democracia se defiende con votos, sí, pero también con presupuestos transparentes, empresas compitiendo de frente, policías que investigan sin miedo y jueces que fallan sin órdenes.

Allí empieza el verdadero desarrollo: cuando cada joven, cada niño y cada emprendedor siente que el país no le cierra puertas, sino que se las abre.

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