Doña Violeta: La mejor Presidenta de Nicaragua símbolo de paz, dignidad y democracia
Miguel Mora reflexiona sobre la muerte de Violeta Barrios de Chamorro, su legado como símbolo de paz y democracia en Nicaragua, y la persecución de su familia por parte del régimen Ortega-Murillo. Un llamado a defender su ejemplo y continuar la lucha por la libertad


Miguel Mora Barberena
La muerte de Doña Violeta Barrios de Chamorro no es solo la partida de una expresidenta: es la pérdida de la figura más digna, coherente y valiente que ha tenido Nicaragua en su historia republicana.
Su fallecimiento en el exilio, lejos de la tierra que tanto amó y sirvió, representa una herida profunda en el alma nacional. Y su ausencia física nos obliga a mirar de frente la traición histórica que ha cometido la dictadura sandinista de Daniel Ortega y Rosario Murillo, no solo contra su legado, sino contra todo un país.
Doña Violeta murió desterrada, mientras sus hijos son también perseguidos, criminalizados y despojados de su nacionalidad nicaragüense por el mismo régimen que ella derrotó de forma ejemplar en las elecciones de 1990. Cristiana Chamorro, encarcelada y exiliada por atreverse a aspirar a la Presidencia; Carlos Fernando Chamorro, periodista independiente, exiliado y despojado de su nacionalidad; y Pedro Joaquín Chamorro Barrios, también forzado al exilio y convertido en objetivo de una campaña de odio sistemática, honran hoy la herencia moral y democrática de su madre que los dictadores no han podido silenciar.
La saña con la que Rosario Murillo y Daniel Ortega han arremetido contra la familia Chamorro no es solo personal: es profundamente política y simbólica. Es el odio de un régimen autoritario contra el legado de una mujer que les arrebató el poder con votos, no con balas. Es el miedo de una dictadura frente al ejemplo imborrable de una presidenta que nunca asesinó, nunca robó, nunca persiguió, nunca calló a la prensa, y nunca violó la Constitución.
Doña Violeta fue, sin duda, la mejor presidenta que ha tenido Nicaragua. No solo porque logró lo impensable —una triple transición pacífica tras una guerra civil— sino porque lo hizo con humildad, decencia y sin resentimientos. Gobernó para todos, incluso para sus adversarios. No impuso su voluntad, respetó la separación de poderes, promovió la reconciliación y permitió que Nicaragua volviera a respirar libertad.
Fue en verdad una triple transición; de la guerra a la paz, de una economía estatizada a una de libre mercado y de una dictadura a la democracia. Su estilo de liderazgo no fue autoritario ni mesiánico. Fue profundamente humano, maternal. Alejada de los excesos del poder, Doña Violeta entendía la política como un servicio, no como un botín.
Su gobierno marcó el inicio de una etapa de reconstrucción nacional y apertura democrática. Devolvió la libertad de prensa, abrió las puertas al pluralismo y demostró que una mujer, con principios y coraje, podía sanar a una nación herida.
Por eso su legado incomoda tanto al régimen actual. Porque ella representa lo contrario a lo que hoy vive Nicaragua: donde hay represión, ella ofreció diálogo; donde hoy hay censura, ella defendió la libertad; donde hoy hay odio, ella promovió el perdón.
Su muerte en el exilio, al igual que la de tantos otros nicaragüenses, es una prueba del retroceso brutal que ha sufrido nuestro país. Pero también es un recordatorio poderoso de lo que fuimos capaces de lograr bajo su liderazgo. Doña Violeta nos enseñó que la democracia es posible, que la decencia en la política no es una utopía, y que gobernar sin miedo ni venganza es una elección.
Que Dios la reciba en su Santo Reino. Y que su ejemplo, más vigente que nunca, inspire a las nuevas generaciones a continuar la lucha por una Nicaragua libre, justa y democrática.
Que Dios bendiga a Nicaragua.
Facebook
Visitar Facebook
X
Visitar X
Instagram
Visitar Instagram
Youtube
Visitar Youtube
LinkedIn
Visitar LinkedIn
WhatsApp
Visitar WhatsApp
Telegram
Visitar Telegram
Spotify
Visitar Spotify
TikTok
Visitar TikTok
Google Noticias
Visitar Google Noticias