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Pareja de nicaragüenses entre el miedo y espera de asilo político en Estados Unidos

Una pareja nicaragüense vive entre la fe y el miedo en Dallas, mientras espera respuesta a su solicitud de asilo político en Estados Unidos

Octubre 28, 2025 11:00 AM
Pareja de nicaragüenses entre el miedo y espera de asilo político en Estados Unidos

Una familia dividida entre dos países espera respuesta a su solicitud de asilo político, tras huir de la represión en Nicaragua. La pareja huyó de Nicaragua debido a la represión que enfrentaron por participar en las marchas de 2018.

La pareja de nicaragüenses Carolina y Miguel —quienes accedieron a contar su historia con la condición de anonimato— llegaron a Estados Unidos en febrero de 2024 con parole humanitario, dejando atrás su país y a sus hijos. Ahora, con una entrevista de asilo programada para este 28 de octubre, viven en Dallas con una mezcla de esperanza y temor, acompañados de la “ayuda de Dios”. 

“Nuestro estatus ahorita está en el aire porque venimos con parole, pero sometimos nuestro caso a el asilo”, explica Carolina, de 41 años.

La decisión de dejar Nicaragua no fue fácil. La pareja vivía en un barrio de Managua, “súper y altamente sandinista” donde, según relatan, cada cuadra tiene un líder del Consejo del Poder Ciudadano (CPC). Su oposición abierta al régimen los convirtió en blanco de hostigamiento.

“Ellos saben de mi participación en las marchas”, cuenta la nicaragüense, quien detalla que en su barrio fue víctima de acoso y vigilancia. La pareja ya estaba fichada en una lista de los CPC.

La pareja participó activamente en las protestas que estallaron en Nicaragua en abril de 2018. “Nosotros participamos de lleno en las marchas, en todas las marchas que hubo para la rebelión de abril, nunca estuvimos de acuerdo ni seguimos de acuerdo con la dictadura", afirma Carolina.

Sin embargo, debieron hacerlo de manera clandestina. “Nosotros participamos de manera incógnita, pero ellos saben todo”, sostiene Miguel. 

Sufrieron amenazas

Las advertencias no tardaron en llegar. La madre de Carolina les advirtió que dejaran de protestar porque “ya estábamos en una lista”. Y la decisión de salir del país era inminente. 

Miguel recuerda amenazas directas en su trabajo: “Ya sabemos quién sos vos, ya sabemos tu apellido, así que andate con cuidado”. 

El capitalino trabajaba como jefe de restaurante, después de perder su empleo en una empresa de carne tras las protestas de 2018. Ella, con 11 años de experiencia en la industria farmacéutica, había pasado un año trabajando en Panamá como empleada doméstica antes de recibir la oportunidad del parole humanitario.

La separación más dolorosa: sus tres hijos

Para esta pareja de migrantes nicaragüenses lo más doloroso de su historia es la separación de sus hijos, quienes permanecen en Nicaragua. Uno de ellos está por graduarse de la universidad. Ellos son sus motores para continuar en Estados Unidos y darles un mejor futuro.

“No queríamos arriesgarlos a ellos, no queríamos que nos fuera mal y andar rodando con ellos. Eso hubiera sido horrible”, comenta Miguel. “Además, están estudiando y no queríamos que todo el sacrificio se desperdiciara”, menciona el nicaragüense. 

La idea de regresar a Nicaragua para reunirse con sus hijos está descartada. “Tememos que nos apresen, que al estar presos nos lleguen a torturar, y por último la muerte”, destaca Miguel.

“Hemos escuchado noticias de que algunos de los que han sido deportados, los han detenido en el aeropuerto”, lamenta.

La pareja de nicaragüenses Carolina y Miguel —quienes accedieron a contar su historia con la condición de anonimato. 

La pareja describe cómo, después de 2018, el régimen logró silenciar la disidencia. “Después ya nos silenciaron, ya no pudimos hacer más protestas, ya nadie ha podido decir nada, porque si hablabas, tiro. Si te decía algo en las redes, preso”, relata Carolina.

Incluso sus cuentas de Facebook fueron hackeadas. “Tenía todos los videos montados, tenía todas las fotos de todas las cosas que nos habían hecho, y las borraron”, cuenta la nicaragüense. “Lo bueno es que algunos videos y muchas fotos me quedaron en el teléfono”.

Esa evidencia digital fue crucial para su solicitud de asilo, que presentaron a través de un conocido nicaragüense que era abogado, pagándole 500 dólares por el trámite. 

Contratar a un abogado privado era inaccesible, ya que les cobraban unos 10 mil dólares por llevarles el caso. “Obviamente, no tenemos eso en la bolsa”, coinciden.

Entre el trabajo precario y la discriminación

Desde su llegada a Dallas, Texas, la pareja ha enfrentado nuevos desafíos. “Gracias a Dios, acá no hay redadas del ICE o no hemos sido testigos de redadas nosotros”, dice Miguel, aunque reconoce que cerca de la ciudad donde viven, “sí han llevado gente”.

Carolina admite que está “súper nerviosa” porque Migración “va parejo con todo, se llevan tanto a paroleados como asilados. Ahorita nos están poniendo filtros, se están llevando a quien sea”.

Pero quizás el obstáculo más difícil ha sido la barrera del idioma y la discriminación. “Aquí yo creo que también hemos sufrido un poco de racismo o discriminación, porque uno, no sabemos hablar inglés, dos, porque somos hispanos”, subraya Miguel. “De hecho, del mismo hispano recibimos esta discriminación”.

Carolina ha pasado por múltiples trabajos temporales: limpiando fábricas, en bodegas, cargando mercancía. Ahora, la pareja conduce para Uber. “Es difícil encontrar un buen trabajo... aquí prácticamente vas a ir a limpiar, a hacer trabajo que no requieran el inglés”, lamenta.

La fe como refugio en medio de la incertidumbre

A pesar de la incertidumbre, la pareja mantiene su fe. “Estamos confiando en Dios de que todo va a salir bien y que si él nos trajo acá es con un propósito”, afirma Carolina. “No tenemos un plan B ni un plan C, porque si tuviéramos un plan B y un plan C, es como desconfiar de la providencia de Dios”.

Han considerado la posibilidad de trasladarse a España, donde una prima está asilada en Barcelona, pero solo como último recurso. “Regresar a Nicaragua, no está en nuestro pensamiento”, afirma Carolina.

Mientras esperan la entrevista del 28 de octubre, intentan mantenerse informados con moderación. “Con sinceridad, no me gusta ver muchas noticias porque me estresa demasiado, me pone a pensar, me pone mal, me da ansiedad”, confiesa la nicaragüense.

Su historia es una más entre miles de nicaragüenses que han huido de la represión, pero su destino está en manos de la aprobación de su asilo político en los Estados Unidos. Una familia dividida entre dos países, tres hijos que crecen sin sus padres, y dos personas que eligieron el exilio antes que el silencio.

“Que sea lo que Dios quiera”, repite Carolina, resumiendo en una frase toda la esperanza y la incertidumbre que define su presente.

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