Los sacerdotes dentro de Nicaragua resisten ante la vigilancia y amenazas del Estado
A pesar del exilio, la cárcel y la censura, la Iglesia sigue siendo el último refugio espiritual del país. El silencio que domina los templos recuerda a voces como la de Monseñor Rolando Álvarez, que desde su secuestro y destierro se convirtió en símbolo de fe y resistencia
El domingo 5 de octubre en la Catedral Metropolitana de Managua, el cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de la capital y máxima figura de la Iglesia católica dijo que octubre es el mes de las misiones y, al hacerlo, recordó las palabras del fallecido papa Francisco.
“Esta no es una Iglesia para estar encerrada, esta es una Iglesia en salida, una Iglesia misionera, que estamos llamados en el mundo para anunciar a la persona de Jesús”, destacó.
Las palabras del jerarca católico contrastan con la situación de la Iglesia en Nicaragua con 261 religiosos expulsados u obligados al exilio desde 2018, entre ellos los obispos Carlos Herrera, Rolando Álvarez, Isidoro Mora y Silvio Báez, además de sacerdotes y monjas, según un estudio de septiembre del Colectivo Nicaragua Nunca Más.
Sin permisos para actividades públicas, con templos bajo vigilancia, la represión ha tocado las puertas de las Iglesias, en medio de la creciente persecución del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
“Margarita”, a sus 62 años, asiste a las misas dominicales de catedral. Observa el Cristo de la nave central y dice amar a la Iglesia. Extraña lo que era antes".
“Esta es mi vida, es donde yo crecí, serví y donde voy a morir. Todavía me duele ver la Iglesia herida, con tantas limitaciones. Me acuerdo cuando salíamos a los barrios de aquí cerca a hacer misión, hacíamos vigilias y compartíamos sin miedo a nada. Pero ahora nos han quitado mucho”, reflexiona.

Anhela que Dios le conceda más años para ver de nuevo una iglesia fuerte, “donde estén los amigos sacerdotes que se fueron del país (los expulsados y exiliados). Las monjitas eran amigas mías y hacían una gran labor aquí, en nuestra comunidad apoyábamos mucho las actividades que ellas hacían, ya sea en Granada, Masaya y todas las partes donde nos invitaban”, recuerda.
Entre las voces que más recuerda está la del obispo de Matagalpa y administrador apostólico de Estelí, monseñor Álvarez, desterrado a Roma en 2024, luego de que lo encarcelaron durante más de 100 días en Nicaragua. Álvarez se convirtió en uno de los referentes espirituales y sociales del país por su defensa de los derechos humanos y su denuncia de los abusos del poder.
Álvarez se expresó a favor en varias ocasiones de la labor misionera de los laicos y comunidades en los lugares más remotos. Afirmó el 23 de enero de 2022 que los catequistas cruzaban ríos en panga para llevar la evangelización a comunidades remotas, donde el acceso era complicado. Lo hacía en silencio, evocando la entrega humilde y desinteresada de los fieles.
Hoy ese silencio tiene otro significado. No es el fruto de la contemplación ni de la obediencia a Dios, sino el resultado de la persecución de un régimen que ha prohibido procesiones, confiscado universidades católicas, disuelto congregaciones religiosas y expulsado a decenas de sacerdotes y monjas.
“Los pobres son las viudas, los huérfanos, los niños en las calles, las mujeres explotadas en su vida sexual... ellos son privilegiados de Jesús. El pobre es el que es tratado como descartable, como de segunda. A ese pobre tenemos que darle prioridad”, solía decir Álvarez antes de su encarcelamiento.
Tiempos difíciles como esperanza
Un sacerdote que ejerce su misión pastoral en el norte de Nicaragua dijo, bajo condición de anonimato, que la falta de sacerdotes es visible y las comunidades sienten la ausencia, “aunque saben que no es porque no se les quiera atender”.
El religioso manifestó que “en medio de la dificultad se hace lo posible por llegar hasta dónde podemos y con los medios que contamos, pero ahora es difícil porque hay vigilancia por todos lados. Tenemos que reportar todo lo que hacemos, dónde vamos, con quiéenes nos vamos a reunir y muchas otras cosas que no podemos decir”, reveló.
Agregó que este silencio es un desafío, “pero Dios nos manda al silencio para meditar y edificarnos en la fe, por eso es por lo que tomamos estos tiempos difíciles como una esperanza para el país y para nuestra misma Iglesia, misma que siempre se ha visto acechada por lobos vestidos de ovejas”.

En una pequeña comunidad de las montañas de Matagalpa, don “Eusebio”, un ministro de la comunión, se levanta cada domingo con una misión. Toma una Biblia gastada que una vez le obsequió Álvarez y se encamina hasta la capilla vacía del pueblo.
“Antes venía Monseñor (Rolando) Llegaba con su mochilita, muy cercano a todos aquí en el pueblo, aunque lloviera, él subía hasta aquí. Nos confesaba, nos daba la comunión, nos hablaba de esperanza y cómo la Iglesia estaba cerca de nosotros desde la fe y la caridad”, cuenta Eusebio.
Ahora han sido pocas las visitas de los sacerdotes . Quienes llegan les encomendaron una tarea: rezar el rosario, meditar la palabra y mantener la fe.
“Leemos el Evangelio y pedimos por él y toda la Iglesia del país, porque sabemos que lo expulsaron del país y eso duele… ¡duele mucho!”, expresó.

La comunidad pertenece a la Diócesis de Matagalpa, una de las más golpeadas por la persecución religiosa. Desde que su obispo fue encarcelado y los sacerdotes expulsados o forzados al exilio, las parroquias rurales quedaron atadas.
El impacto de la persecución es evidente. “Sin sacerdotes, no hay misa, no hay confesión, no hay bautizos… pero aquí seguimos, rezando”, resaltó añadiendo que no podemos dejar “que la iglesia se apague”, pues “Dios no se ha ido. Se han ido los hombres que nos guiaban, pero la fe todavía está aquí, entre nosotros”.
Una Iglesia bajo asedio
Un informe del 27 de agosto, elaborado por la investigadora Martha Patricia Molina con el título “Nicaragua: Una Iglesia perseguida”, reveló que las denuncias de agresiones contra la Iglesia católica en Nicaragua han disminuido en los primeros 6 meses de 2025. Eso no significa que haya cesado la represión. Ella dice que “los religiosos guardan silencio por temor a represalias contra sus familias”.
Hasta julio de este año, Molina documentó 32 hostilidades contra la Iglesia católica frente a 183 en 2024 y 321 en 2023.
La persecución ha sido implacable. Desde abril de 2018 hasta julio de 2025, Molina documentó 1,010 agresiones: 362 represiones directas contra religiosos, 244 ataques a templos, 103 robos y profanaciones, 98 agresiones a laicos, 92 mensajes de odio, 75 ataques contra medios y organizaciones religiosas y 36 confiscaciones.

También se destaca el cierre arbitrario de 13 universidades y centros educativos católicos, 24 medios de comunicación y 75 organizaciones sin fines de lucro. Entre 2019 y 2025, la Policía Nacional prohibió 16,564 procesiones y actividades religiosas, y 302 religiosos (170 hombres y 132 mujeres) han sido obligados a abandonar su misión pastoral dentro del país.
“Este descenso en las denuncias no significa una mejora, sino un nuevo tipo de represión, más silenciosa y temerosa”, advirtió Molina. La ausencia de medios imparciales dentro de Nicaragua, añadió, ha impedido documentar muchas de las agresiones recientes.

La investigadora nicaragüense asegura que, a pesar de la represión y el exilio de sacerdotes y religiosas, la fe sigue siendo el último bastión de resistencia moral y espiritual en Nicaragua.
“La dictadura quiere tener un control total, un dominio absoluto sobre la Iglesia católica, cuestión que todavía no lo ha logrado y tampoco lo va a conseguir”, sostiene Molina. “Porque la Iglesia católica, con el único que está en comunión, es con el Evangelio y con el Papa, pero con la dictadura, pues no”, afirma.
Nadie se sale de la línea
La imposición del silencio obedece a un patrón sistemático de represión.
“Ya los sacerdotes están informados, también se hablan entre ellos cuál podría ser el impacto de no acatar esta orden.
Entonces ya es algo como natural que lo estén implementando. Nadie se sale de la línea de lo que debe profetizar o explicar en cada una de sus homilías, porque saben que el impacto es nefasto y que la dictadura no anda jugando”, resalta.
La vigilancia en los templos católicos del país es permanente y las amenazas no fallan. “Si la dictadura hoy les dice que no deben hacer equis o zeta acción y se los impone, pues no tienen salida. Y, además, en Nicaragua ya no existe ni siquiera ningún organismo de derechos humanos donde ellos puedan quejarse. La vigilancia es extrema”, añade Molina.
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A pesar del exilio forzado de decenas de sacerdotes y religiosas, de la confiscación de obras sociales y del cierre de medios católicos, para Molina la Iglesia sigue viva.
“En ningún momento ha debilitado a la Iglesia. La Iglesia sigue su camino, su proyecto de evangelización, tanto en la Arquidiócesis como en el interior del país. Creo que esto a los católicos, más bien, nos ha fortalecido, porque están unidos en oración, rezando constantemente debido a esta persecución”, subraya.
Molina reconoce que dentro del país algunos líderes eclesiales tienen un margen limitado de movimiento.“Algunos obispos tienen cierta permisibilidad, un margen de acción. Miramos, por ejemplo, al cardenal Leopoldo José, que entra y sale sin ningún impedimento, pero creo que cada una de estas acciones, de las que ellos pueden permitirse, es debido al alto precio que tienen que pagar”, afirmó.
La Iglesia en Nicaragua brillará
El obispo de la Diócesis de Danlí, en el departamento de El Paraíso, Honduras, Monseñor José Antonio Canales, reflexiona sobre la profunda crisis que atraviesa la Iglesia Católica en Nicaragua.
“Lamentablemente, no es la primera vez que en veinte siglos una iglesia particular, en este caso, la Iglesia de Nicaragua, es azotada por una tempestad como la que está viviendo. La historia de la Iglesia está plagada de violencia, represión, confiscación, destierro de miembros de su propia comunidad. Es una experiencia extremadamente dolorosa la que vive la Iglesia de Nicaragua. Lo vemos en el corazón y pensamos si nos ponemos en el lugar de ellos, porque solo así se puede más o menos uno acercar a lo que han vivido y siguen viviendo”, expresó, vía telefónica en entrevista para 100% Noticias.
El prelado hondureño destacó que, pese a los embates del poder político, la historia de la Iglesia universal muestra cómo las comunidades de fe logran sobrevivir y fortalecerse en medio de la adversidad.
“Ahora bien, en medio de las pruebas, la historia de estas iglesias particulares en veinte siglos, por este tipo de actuaciones de las autoridades contra el pueblo de Dios, muestran una gran resistencia. Y como la Iglesia de esos lugares perseguidos ha salido adelante, se las han ingeniado de mil maneras para seguir adelante”, añade.
Para ilustrar esa esperanza, Monseñor Canales recuerda otros episodios de persecución religiosa en el mundo.
Recuerda la lucha de la Iglesia católica en Corea del Norte, misma que hoy crece con pasos firmes en el continente asiático, después de décadas donde no había ni un sacerdote. Los laicos se las ingeniaron para seguir profesando el evangelio.
El obispo hondureño expresa su convicción de que la fe del pueblo nicaragüense prevalecerá y será en ese momento que la “Iglesia de Nicaragua va a brillar en el futuro, después de estos grandes azotes que ha recibido. Porque, repito, eso es lo que nos narra la Iglesia en veinte siglos: esas iglesias perseguidas, azotadas, humilladas, pateadas, han salido adelante”.
Aún las palabas del obispo de Matagalpa, desde el exilio, hacen eco en Nicaragua. Durante el Jubileo Mundial de los Jóvenes, a inicios de agosto de 2025, dictó una catequesis a jóvenes peregrinos de la Diócesis española de Sigüenza, Guadalajara.
Dijo a los jóvenes que perdonar “no es fácil”, porque hay corazones que están apegados al odio, la venganza y los rencores.
El religioso razonó que “todos hemos visto familias destruidas por odios familiares que pasan de una generación a otra. Hermanos que, frente al ataúd de uno de sus padres, no se saludan porque guardan viejos rencores. Parece que es más fuerte aferrarse al odio que al amor y este es precisamente, el tesoro del diablo. Él se agazapa siempre entre nuestros rencores, entre nuestros odios y los hace crecer, los mantiene ahí para destruir. Destruir todo. Y muchas veces, por cosas pequeñas, destruye”.
El mensaje no era solo para jóvenes, si non para una Nicaragua que sufre opresión y para una Iglesia que espera.
El obispo de Matagalpa no solo hablaba de fe, en sus homilías también planteaba un diagnóstico social y político del país, expresaba preocupación por la falta de Estado de derecho, la migración forzada y la necesidad de instituciones sólidas para garantizar los derechos humanos.
“Cuando Nicaragua posea un Estado de derecho funcional y una sociedad formada democráticamente, ese día podremos vivir y crecer con dignidad... Un pueblo sin esperanza es un pueblo auto sepultado”, reflexionó en agosto de 2022. Hoy esas palabras resuenan con más fuerza precisamente porque ya no se escuchan en los púlpitos.
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